Por el eje cafetero colombiano
Iba de paso y se quedó seis meses. Inés Ayestarán se enamoró del eje cafetero colombiano. «Es el triángulo entre Manizares, Armenia y Pereira. Puedes alojarte en los cafetales y te cuentan todo sobre el café: desde que se planta hasta que lo tomas. Muy rico». Llegó allí por casualidad. Como remate de una vuelta al mundo que emprendió en 2008 «y duró dos años y medio, hasta junio de 2010». Un viaje precipitado por la muerte de su padre: «Ves cómo desaparece un pilar de tu vida, un referente; en cuatro días, a tres años de jubilarse y sin cumplir sus sueños. A partir de ese momento, el futuro se te vuelve más corto».
Es de Pamplona. Tiene 29 años y le molesta la negativa imagen de Colombia que circula en Europa. «Es cierto que existe el turismo sexual, la guerrilla y las drogas, pero la situación no es la de hace diez años. Y en los periódicos, lo sigue siendo. Los colombianos han mejorado mucho y se merecen otra cosa». Sus amigos viajeros le aconsejaron no terminar su vuelta al mundo sin conocerlos. «Y fue lo mejor que he hecho, porque es gente maravillosa; se sale de la media. Te ayudan y acogen. Te sientes como en casa. Si has viajado mucho, sabes que eso es muy difícil».
Disfrutó callejeando por los pueblos cafeteros. «Llevan una vida sencilla y sin lujos. Tienen una alegría contagiosa». Hasta tuvo cuadrilla, porque coincidió con un amigo que montó un hostal en Salento. «Te sientas a charlar con un señor mayor que está tomando café; y él, tan contento». Así le gusta viajar. «Tú sabes que tienes unas ventajas y comodidades, pero descubres maravillas en otras culturas». Como el Parque de Tayrona, en Santa Marta, «con unas playas increíbles y muy bien cuidado». Se instaló en Cartagena de Indias, «que no es lo mejor, porque tiene un 88% de humedad y es más turística». Allí se hizo monitora de buceo. De eso vive. «Me gusta. 'Mochileo' parada en un sitio, porque no me muevo y no dejo de conocer gente. Además me permite viajar».
Pintada y tatuada
Antes de dejar Colombia voló al Amazonas. «Es la perla del viaje. La selva a lo bestia. Impresionante». Es territorio de los Ticuna y Witoto. Se quedó en Puerto Narinho. «Los paisajes son preciosos y la gente también. Se prohíben coches y motos; sólo circulan ambulancias». Allí a nadie le da un infarto por estrés, bromea. «Pesqué, trepé por los árboles». Y conoció el wito, fruto del que se saca una especie de tinta negra. «Me pinté la cara, las manos. Me hice tatuajes». Cada uno tiene su forma de viajar, advierte esta titulada en Administración y Dirección de Empresas. «También se puede hacer 'la turistada' volando en avioneta hasta Leticia y sacando mil fotos a la Victoria Regia, el típico nenúfar de los folletos turísticos».
Defiende Colombia a capa y espada. «Ningún viajero te dirá que no vayas allí, pero te dicen que no visites Venezuela». Es un país que lo tiene todo, insiste Ayestarán. «Diversidad, amabilidad, infraestructura turística. Y sobre todo la gente, el trato». No llegó a conocer la costa pacífica colombiana. «Dicen que es una pasada». Lo cuenta sin pena. «Me fui sabiendo que volveré. No sé qué tiene, pero te atrapa». ¿Cuándo? «No sé. Ya te he dicho que no hago planes. Tampoco tengo responsabilidades. En cada sitio voy dejando una familia. La vida es hoy. Que me quiten lo bailao».
Sacado del link: http://www.eldiariomontanes.es/v/20100814/sociedad/otras-noticias/cafetero-colombiano-20100814.html
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